Comer la banana de Cattelan

Es verdad, Cattelan no hizo la banana ni ha inventado la cinta adhesiva, cuando mucho ha pegado una banana a la pared utilizando cinta adhesiva. En seguida, un hombre muy rico, tal vez un provocador como Cattelan, compró la obra de arte pagándola una suma de dinero que la mayoría de los comunes mortales no llega a ahorrar ni siquiera con treinta años de duro trabajo. Parece ridículo, y tal vez lo es, tan ridículo como son ridículas muchas de las cosas que hacemos en nuestras vidas. De hecho, esto podría ser el sentido de la obra. El sentido de todo lo que es ridículo.

Me explico. En las últimas décadas el arte ha tomado formas conceptuales. Es decir, el arte visivo no solo representa imágenes, reales u oníricas, sino también ideas, resúmenes metafóricos del mundo y de las dinámicas de nuestras vidas. ¿Desacralización? Es posible, pero también y, sobre todo, resumen o, mejor aún, símbolo. Es símbolo es, por definición, un resumen y, en su máxima expresión, representa un mito.

Hoy día el mito ya no tiene el peso del sentido que ha tenido durante milenios y los símbolos ya no lo representan. Lo que ha remplazado los mitos, hoy día, son los falsos mitos, espejo de la pobreza de nuestro pensamiento, que nos hacen vulnerables y aunque muchos artistas luchan para recuperar el sentido del mito, lo que emerge son las acciones de los “influencers”, ellos son, hoy, nuestros nuevos mitos: imágenes que imitamos (seguramente no son representaciones del pensamiento más profundo). Entonces la banana representa el falso mito, un objeto que se pudre rápidamente, y que si se queda pegado a la pared por más tiempo se llena de gusanos. ¿La banana está pegada a la pared, qué sentido tiene dejarla ahí? Mejor sería comerla, y si es madura es más sabrosa.

Este es el sentido de la revolución. El falso mito está pegado con cinta adhesiva, esta representa el pueblo que idealiza el nuevo (falso) mito. El pueblo, ósea nosotros. Pero el (falso) mito se pudre rápidamente (por eso se utiliza una banana y no una Granada), a menos de que alguien altere el equilibrio demostrándonos que el (falso) mito puede ser simplemente comido, digerido y… no digo más. ¿Pero que sucede a esos pocos centímetros de cinta adhesiva (el pueblo), una vez que la banana ha sido comida? Acaba en la basura. A fin de cuentas, nos queda todo un rollo de cinta para consumir.

No excluyo que Cattelan y el comedor de bananas (quien, al comerse una obra de arte, corrió el riesgo de ser severamente sancionado) estuvieran de acuerdo, pero eso no importa. El experimento tuvo éxito y, a través de actos absurdos, reprodujo el sentido de lo ridículo de nuestro, incomprendido, mundo diciéndonos “(falso) mito, eres una banana que se pudre rápidamente. Pueblo, eres como la cinta adhesiva que, una vez utilizada, se tira a la basura. ¡Despierta! La revolución es un hombre que come bananas”.

Claudio Fiorentini y Andrea Pizzi